El autor invitado de este post es Emilio García García. Emilio es todo un decano en las cuestiones de gobierno digital y de la sociedad de la información. Además es vocal en ASTIC, de la que fue presidente y escribe tanto en el Huffington Post y en su propio blog (casi siempre en inglés) Somos digitales.
La transformación digital estresa los cimientos y bases sociales todos los países. La tecnología ha desatado un terremoto continuo y sutil, que nos desplaza los referentes de modo imperceptible hasta que hemos de apoyarnos sobre los mismos. Al mismo tiempo, suceden ocasionalmente sacudidas extremadamente violentas y visibles por todos. Esto es especialmente cierto cuando el movimiento de tierra se produce alrededor de un punto débil que pensábamos había sido reparado por siempre hace mucho tiempo. Ha sido el caso de la propagación viral en las redes sociales de noticias falsas durante las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Aunque las noticias falsas o inexactas han existido desde el amanecer de la humanidad, pensábamos que su impacto en las sociedades desarrolladas no podía ser grande. La constante evolución de los sistemas políticos había consolidado un sistema de medios independiente y veraz reforzado por la existencia de una población crítica y bien educada. Por un lado, los editores tradicionales eran conscientes que publicar noticias falsas era un riesgo importante para su negocio, ya que podrían perder credibilidad y tener que enfrentarse acciones legales. Por otro lado, la mayoría del público estaba equipado con las habilidades para identificar el posible sesgo de los medios de comunicación y aplicar una visión crítica cuando recibían cualquier noticia. El equilibrio se ha roto con la aparición de la nueva clase de editores digitales, como Facebook.
De acuerdo con el informe anual sobre noticias digitales del Instituto Reuters, hay una conformidad social cada vez mayor con tener las noticias servidas a través de un proceso automático. La consecuencia es el refuerzo de la tendencia global de hacer de las redes sociales la principal fuente de información. La aparente desaparición del factor humano y su sustitución por algoritmos proporciona a todo el proceso de presentación de la noticia un aura de mayor independencia. Ello demuestra claramente un malentendido sobre qué es un algoritmo. Como un producto de una mente humana, el algoritmo hereda el sesgo de su creador, sus principios y sus valores.
La fe ciega en la independencia de los algoritmos no se reduce a los utilizados en el sector de los medios de comunicación. Un estudio reciente publicado por Accenture afirma que los clientes de los bancos preferirían ser informados sobre sus inversiones por las máquinas. A los consumidores les atrae el asesoramiento financiero de los robots porque lo consideran más imparcial. Es extremadamente preocupante que este gran malentendido sobre la naturaleza de los algoritmos se está expandiendo a su uso en cualquier área.
Existe una creciente preocupación por eliminar la brecha digital entre los gobiernos y las instituciones internacionales. Por ejemplo, el objetivo de aumentar las capacidades digitales de la sociedad se incluyó tanto en el Programa 2030 de la ONU como en la Estrategia del Mercado Único Digital. En general, el éxito de este tipo de acciones se mide en el incremento del número de usuarios de Internet, la cantidad de usuarios de servicios digitales o el número de PCs por persona. Lo que muestra el malentendido de la naturaleza de los algoritmos es que el analfabetismo digital tiene otras caras a las que rara vez prestamos atención y tienen mayor impacto en nuestra vida social.