Problemas autoimpuestos: no enteder que el problema es una parte muy gorda del problema.

Cualquier trabajo de investigación parte de una pregunta básica: el problema. Cualquier política, gestión, estrategia o similar, es una acción de cambio. Raramente vamos a lograr cambiar algo si no entendemos lo que podemos hacer para lograrlo. Ese “lo que podemos hacer” es lo que constituye un problema. Como suelo decir, la diferencia entre Armageddon (Michael Bay) y Melancolía (Lars Von Trier) es que en la primera Bruce Willis puede salvar al mundo y en la segunda vemos a Kirsten Dunst asumir que va a morir. La primera es divertida y la otra… bueno, es de Lars Von Trier. Pero ¿Qué pasa cuando somos parte del problema? Que tenemos problemas autoimpuestos.

Daguerrotipo de Sigmund Freud.
La innovación precisa a veces mucho psicoanálisis. Fuente

Tipos de problemas.

Una cuestión habitual es asumir cual es la naturaleza de nuestros problemas. Normalmente, cuando tratamos de actuar nos encontramos con estos tipos de problemas.

  • Lo que sabes que no funciona. Esto es sencillo. Ves que hay algo que no va como debiera. Lo cambias y punto.
  • Lo que crees que funciona, pero no funciona. Este es otro tipo de problema un poco más molesto. Es este tipo de cosas que dices “tardo en gestionar esto, 10 días”, un día falta una persona y empiezas a hacerlo en 8. Es el tipo de problemas como un pitido en el oído… Al principio molesta, luego no lo oyes, y si te lo quitan, ves la vida de otro color. Normalmente aparecen porque estas buscando y has eliminado todas las opciones anteriores.
  • Cosas que no sabes que no funcionan, porque no sabes ni que existen. Esta es una variante más molesta que la anterior. Este tipo de problemas ni siquiera sabes que existen. Es como la apendicitis en la baja edad media. Te puedes morir y no tienes ni idea de por donde empezar a mirar.

La cuestión es que todos son problemas porque es algo que no va como quieres y en los que puedes hacer algo para cambiar la situación. Esto es muy importante: si no hay nada que podamos cambiar, mejor nos vamos para otro lado o nos quedamos viendo como ese meteorito cae en la tierra.

Problemas autoimpuestos a es el que nos creamos nosotros

Te puedes pasar la vida diciendo que el peor problema es el que no conoces. Pero creo que hay uno peor, que es el que tienes y que, por algún motivo, piensas que no es cosa tuya. No es como el chiste de Eugenio de “mi mujer dice que no sé decir Federico” (ese sería del tipo 2), sino que sería “mi mujer es idiota porque no dice Federico y dice frigorífico”.

Es decir, es muy fácil encontrar, al menos en mi experiencia profesional, gente que está manifiestamente equivocada, pero que interpreta que todo el mundo está equivocado y que mientras no deponga su actitud (todo el mundo) no hay nada que hacer.

¿Por qué pasa esto?

Esto pasa por dos razones fundamentales.

  • Vinculación emocional con el problema. Hay temas o posiciones a las que les tenemos más aprecio. No son mejores, ni más racionales, pero nos gustan. Mi mujer os lo puede decir respecto a una camiseta de Fútbol que tengo desde hace unos 20 años. Este tipo de cosas, o de posiciones, hace que, aunque veamos que “algo no va bien”, no queramos hacer nada que suponga deshacernos de ellas.
  • Valores deseables asociados al problema. Por otro lado hay cosas que vemos tan obvias que no entendemos que la gente no apoye o haga. Por ejemplo “¿Cómo puede haber alguien en contra de…?” Y en los puntos suspensivos podemos poner el medio ambiente, la paz mundial, acabar con el hambre, la igualdad de género, o temas más complejos o complicados.

Estos dos problemas se dan (especialmente el segundo) de manera muy especial en el sector público y el tercer sector. Es decir, nadie espera un valor deseable de vender determinado tipo de camisetas, y es poco normal que una empresa se encariñe irracionalmente con un producto (aunque las hay). Pero en lo público es muy fácil.

Todo esto significa que no actuamos sobre el problema. Cuando entendemos que esta es la situación vemos que no hay nada que cambiar. En ese caso, no tomamos decisiones, ni logramos lo que nos proponemos.

¿Cómo encontramos estos problemas autoimpuestos?

Lo más sencillo es tomar un poco de aire. Como norma general, al menos en el mundo profesional, hay que desconfiar especialmente de aquello que das por sentado y por incuestionable. La mayoría de los límites a la acción que tenemos, nos los ponemos nosotros mismos.

En segundo lugar, escucha, por muy convencido que estés de tener razón. Escuchando te puedes enfadar (no lo aconsejo), pero, si prestas suficiente atención podrás apreciar matices al problema que no verías, especialmente para este tipo de casos.

¿Qué podemos hacer con estos problemas?

La cuestión es que no vamos a hacer nada si no asumimos que lo que queremos, o lo que creemos deseable, no está funcionando como debía.

A partir de ahí, tenemos que hacer dos cosas.

  • Jugar con el concepto. Cualquier cosa se puede vender o hacer de mil maneras. Si quieres hacer que algo funcione, inténtalo de todas las maneras posibles, pero no sigas haciendo lo mismo si no está funcionando.
  • Piensa si lo que otros hacen es por que no creen lo mismo que tú o si hay algo más. Evidentemente, la mayoría de la gente está a favor de la conservación del planeta. Sin embargo, hay múltiples motivos por los que su acción para conservarlo sea mínima, y no necesariamente pasa por que sean el mal absoluto. Los problemas, y las personas son complejos. Reformula problemas, políticas… todo lo que puedas. Haz el problema tan pequeño como para poder abarcarlo, pero no te quedes haciendo lo mismo

¿Por qué hay que actuar sobre estos problemas autoimpuestos?

Digamos que enfrentarse a los problemas que plantean tu propia visión del mundo, es el equivalente en la gestión al “matar al padre” freudiano. Una organización, una política, un cambio, no pueden ser maduros y autónomos, y generalmente de todos, si no es capaz de superar cuando sea necesario las preferencias personales de sus promotores.

Puede parecer una traición, o una duda en la fe (o una infidelidad, que para el caso, es la misma raíz fonética), pero lo primero que debemos pensar es si el obstáculo está en la naturaleza del problema o en nuestra cabeza. Si es el primero, efectivamente, deberíamos dedicarnos a otra cosa, si está en el segundo, hay que confrontarlo. Sobre todo, porque nunca se hace ningún favor a nadie dejando las cosas tal y como están si consideramos que merece la pena cambiarlas.

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