La corrupción como género cinematográfico

Hace unos días tuve el placer de participar en las jornadas que organizaban la FEMP, ONU Habitat y Uraia  sobre gobierno local, transparencia y lucha contra la corrupción. Un evento en el que tuve ocasión no sólo de ver a muchos amigos como Borja Colón, Concepción Campos, o Juan Ignacio Criado, sino de conocer experiencias de muchos países. Pude participar en un grupo de trabajo so hay un enorme compromiso  (y logros) de estas personas por algo en lo que creen y que vale la pena. Pero, por otro lado, me pareció sentir un cierto desánimo o decepción. Parece que, aunque hay avances, ni estos son tan grandes para frenar la corrupción, ni se logra que la ciudadanía tenga un papel más activo en esta lucha.

Litografía de antigua sala de cine.
Espectadores viendo una película sin género definido. Fuente.

La corrupción como una película.

Mi principal idea es que la ciudadanía como tal no tiene un papel en la lucha activa contra la corrupción. Es cierto que cada ciudadanao sí que puede desempeñar un papel importante denunciando los casos que conoce, lo que es «mecánicamente» sencillo, pero «estratégicamente» arriesgado. Es decir, ir a la policía es fácil, pero que te arruinen la vida, también es fácil. Por otro lado, el conjunto de la ciudadanía puede tener una cultura más contraria a la «corrupción habitual» o sancionar electoralmente a quien lo practica. En todo caso, creo que la implicación de la ciudadanía con la corrupción está marcada por el conocimiento de su existencia y de sus consecuencias. Esto es algo que podemos ver en las películas.

  • Cine de Terror. En las películas de terror sabes que el malo va a matar básicamente a casi todo el mundo. Sabes lo que pasa, lo que muy probablemente pase y todo el conflicto está en que los protagonistas logres sobrevivir. En esta comparación diríamos que es un sistema en el que la ciudadanía asume que le roban. Lo más que puede esperar es que no sea todo lo que le roben.
  • Cine de intriga. En este género sabemos que «algo malo» va a pasar. No sabemos ni quién, ni a quién, ni cómo, ni cuándo, ni qué. En este caso, la tensión está en descubrir al culpable y evitar que se siga saliendo con la suya. Este es el caso que tenemos ahora en las democracias. Asumimos que alguien va a robar, pero no podemos preverlo y no tenemos instrumentos para anticiparlo.
  • Comedia romántica (o cine de aventuras). En este caso sabemos que todo acabará bien. Pueden pasar cosas malas y puede parecer que los malos sacan tajada, pero sabemos que al final la justicia prevalecerá. Tenemos instrumentos para saber quién es el malo, qué va a pasar y confiamos en acabar contentos. Es lo que debería ser un sistema político correcto.

Corrupción, ciudadanía y mundo digital.

¿Qué es lo que ha pasado? Que los poderes públicos se han convertido en malos guionistas para la ciudadanía. La cantidad de información que se presenta, el modo de presentar y de transmitirla no es nada claro. La información que necesita la ciudadanía para entender cómo están funcionando los agentes públicos deberían ser:

  • Relevante. Mucha de la información que se da no es relevante (aunque lo pueda parecer). ¿Es relevante la remuneración de un empleado público? Podría serlo, pero dudo que lo sea por si sola. Debería ser relevante en función de lo que aporta él o su trabajo a la actividad económica del país. ¿Es relevante
  • Clara. Más allá de la obviedad de que prácticamente nadie entiende un presupuesto público, me temo, que muchas de las infografías sobre en qué partidas se distribuye el presupuesto aporten mucho más. Es decir, es más estético, claro y algo más comprensible, pero no estoy seguro de que sea comprensible del todo.
  • Contextualizada. Lo más importante de todo es poder comparar si es mucho o es poco lo que se gasta. Por ejemplo, cuando se montó la polémica sobre la web del ayuntamiento de Madrid, la cuestión fue el coste y no la utilidad. A lo mejor era un precio extraordinario, o a lo mejor no, pero eso no lo vamos a entender con una cifra sin contexto.
Foto de familia de las jornadas de la FEMP, ONU Habitat y Uraia.
Aunque  se me vea solo el cogote, puedo asegurar que estoy por ahí. Fuente.

Cuando uno no ve lo que pasa en la película (y no lo entiende), solo puede valorar el final. Y el final tiene dos opciones: que la gente muera (terror) o que triunfe el amor (comedia romántica). Que haya corrupción o que no la haya.

Información interna e información externa.

La idea de la transparencia es que, un corrupto puede amenazar, amedrentar o asustar a un número limitado de personas, pero no a todas. Un sistema transparente hace que una sola persona honesta pueda detectar irregularidades. La cuestión es que esta transparencia no es lo suficientemente clara para que el común de la ciudadanía pueda entender o valorar estos elementos.  Nos encontramos con tres modelos:

  • Soltar la información tal cual a la ciudadanía. Esto les obliga a saber qué, dónde y cómo buscar y entender la información que hay.
  • Información directa más visual. Se puede optar por un sistema de información más clara, simplificada y visual. En muchos casos se parte de la misma concepción: la organización decide la información relevante y la «clarifica». En el mismo evento alguien habló de bases de másd e 1000 indicadores (¡!) de desarrollo urbano para dashboards. Esto es maravilloso,  pero es igualmente posible que sólo un número muy reducido será útil para la ciudadanía.
  • Información procesable. Los datos abiertos apuestan más por esta vía en la que agentes intermedios y más cualificados pueden presentar información más próxima a la ciudadanía rearticulando los datos. Esto está muy bien, pero deja el mensaje y control de la transparencia a la acción de un tercer sector que puede ser más o menos activo y estar más o menos interesado en determinados temas.

¿Qué podríamos hacer?

Una parte muy importante de mi trabajo consiste en analizar información más o menos compleja. Luego esa información la pongo en  contexto y se la explico a mis clientes de manera que lo entiendan. Finalmente, ellos son los que deciden qué hacer. Si les dejara mis cuadros de mando, y les dijera que decidieran (lo que posiblemente fuera erróneo), me haría un mal profesional.

La administración, en el mejor de los casos, ha optado por dejar los datos o información a disposición de la ciudadanía y que saquen sus conclusiones. Esto significa que, solo alguien lo bastante motivado y con conocimiento para coger esos datos, analizarlos y compararlos tenga la fortuna de encontrar algo anómalo. Estos son muchos condicionantes.

Deberíamos estar haciendo tests de usuarios sobre la visualización de la información pública continuamente y no darnos por satisfechos hasta que los participantes lo entiendan y puedan sacar conclusiones. Cualquier otro resultado es inaceptable para la misión que nos proponemos. Paralelamente, tendríamos que ir formando a la ciudadanía, sobre hacia dónde pueden evolucionar estos modelos de control. Esta formación no se trata de clases, sino de comunicación por parte de los agentes públicos.

Sólo así podemos contar con la ciudadanía como un elemento activo en la lucha contra la corrupción. Esto pondría más dificil darle un barniz de legalidad a lo que no debería ser tolerable. A la vez, debería mostrar lo que económicamente cuesta cada decisión erronea o equivocada de la política a toda la ciudadanía.

Y aún así…

Hay sitios donde ganan candidatos o partidos abiertamente corruptos o previsiblemente corruptibles. En ese caso,  el problema no está en el conocimiento de la práctica, sino en que una parte muy importante de la ciudadanía prefiere vivir en una película de terror si considera que los muertos serán otros. Pero ese es otro debate para otro tipo de blogs.

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