10 sintomas del sindrome del Gobierno abierto autoinmune

La crisis del COVID19 es un elemento que marcará verias generaciones y, posiblemente, este siglo. Ha planteado las contradicciones, limitaciones y problemas de nuestra sociedad tanto en la escala global como en la local. Hemos visto como la masificación de la comunicación ha aumentado los problemas de contagio, como la especialización económica ha limitado la gestión de suministros necesarios, y como una sociedad de masas puede gestionarlas solo hasta cierta escala. Este contexto de tensión ha afectado también al Gobierno Abierto.

Si ya hace un año hablábamos de un posible fracaso, hoy creo que hay más que hablar de algunos problemas del modelo que estamos construyendo. Aunque no soy muy partidario de analogías, en este caso voy a utilizar una: los problemas autoinmunes. Igual que el sistema inmunitario del cuerpo, el Gobierno Abierto tiene una función de proteger el sistema político y la democracia de diversas patologías. En los trastornos autoinmunes, es este el que ataca o daña las estructuras que debe proteger. Creo que, en algunos casos, el funcionamiento del gobierno abierto tal y como lo planteamos ha afectado o afecta a la seguridad del propio sistema político.

dado lo polémico del tema y quizá del enfoque, quiero señalar que no voy a mencionar apenas casos específicos de España y a usar pocos medios nacionales, dado que «dime a quién citas y te diré a quién votas» es un silogismo habitual.

Por otro lado, asumo que mi razonamiento puede estar equivocado total o parcialmente, así que estoy abierto a cambiar mi posición siempre que los argumentos sean sólidos. El primero que escribe con una óptica particular soy yo mismo

Ilustración anatómica que sirve para animar este artículo sobre gobierno abierto autoinmune
Anatomía medieval pseudo galénica… ya que nos ponemos con analogías médicas. Fuente

Los datos: ni tan ubicuos, ni tan presentes, ni tan universales como para ponernos de acuerdo en lo básico

1. La dificil tarea de contar de manera precisa

Uno de los problemas que han azotado España es el problema del recuento de fallecidos, sobre todo en las residencias de ancianos. Esta cuestión es común a países como Alemania, Francia o Canadá, adoptando diferentes decisiones no siempre en la misma línea. En un mundo donde podemos medir dónde pausa uno Netflix para ir al baño o cuántos coches pasan por semáforo al minuto, parece poco intuitivo que no podamos medir cuantas personas mueren de una enfermedad concreta en determinados espacios.

El problema no está en medir, sino en cómo y qué medimos. En la situación de la pandemia había problemas no sólo en retirar cadáveres de las residencias (las ambulancias y médicos se centran en pacientes vivos), la gestión del diagnóstico (el tiempo que se tarda en hacer autopsias) y la consistencia en el tiempo (en qué fecha anotamos ese muerto por esas causas y cómo no dislocar una serie histórica). Todo esto son problemas habituales y nada sencillos en la ciencia de datos. Estamos preparados para medir masivamente cuestiones repetitivas y/o automatizadas, pero no tanto lo que se sale de ahí.

El problema es aún más importante cuando consideramos que el número de muertos parece incidir de alguna manera en las condiciones de fondos de recuperación. Si gobiernos como España o Italia hubieran excluido casos de residencias en los que no se hubiera solicitado autopsia,¿hubieran tenido una mejor posición negociadora en los fondos de la UE?

2. Problemas de la definición de los datos

Un problema derivado es definir lo que contamos: muertos de coronavirus, muertos por coronavirus, muertos a causa de la pandemia sin coronavirus (quirófanos saturados, personas mayores inmovilizadas…). Casi que hemos ido de número de muertos en UCIs a MEMO, con una gran variedad de taxonomías.

Medir y contar es algo que cuesta bastante en términos de decisiones y estas afectan a cómo entendemos la realidad. Cuando contamos elegimos qué contamos y excluímos lo que no contamos. La segunda pata de este axioma es que no podemos impedir (de hecho, exigimos) que los gobiernos midan y, mientras no hay un modelo común, cada uno hará lo mejor que pueda como hemos señalado. Ahora bien, la cuestión es la agilidad en crear taxonomías y métricas consolidadas, es decir que todos midamos lo mismo igual. Puede parecer sencillo, pero esto es complejo a nivel corporativo (cómo miden ventas y marketing las ventas de un servicio), así que a nivel gubernativo e internacional ni os cuento. Llegar a un acuerdo es posible, pero dudo mucho que se pueda hacer a la velocidad que exigía una enfermedad que triplicaba casos cada día.

Posiblemente necesitemos una autoridad de los datos a nivel nacional o europeo (por no decir a nivel mundial para casos como este). Lo que no veo claro es que eso se pueda hacer de manera vertical y, al final, hasta que no hagamos una organización que sea tan eficiente que consolide su propio modelo que desbanque a los alternativos, no creo que sea algo viable.

3. Comprender los datos cuando todo el mundo comenta datos

Todo esto nos lleva a un problema que encuentras cada día cientos de veces en medios «convencionales» y sociales. Con todos los datos que se publican (de maneras no armonizadas o, incluso con ellas), hay cientos de personas publicando, proyectando y analizando. Un ojo «bien entrenado» (o medio entrenado, como el mío) pueden darse cuenta más o menos fácilmente de qué datos, gráficas y conclusiones parecen «válidas». Pero la gran mayoría de la gente no tiene los medios o conocimientos para gestionar esos datos o para comprenderlos. De hecho, la necesidad de buscar contexto y nuestra confianza dataista con matices hace que cualquier cosa con una gráfica se parezca mucho a la realidad… da igual cómo está hecha la gráfica.

La cuestión es el impacto que generan. En unos días he visto la célebre gráfica de proyección del ABC que tenía problemas de contextualización y crecimiento importantes. Poco antes vi una gráfica sobre afección según nivel de estudios en Perú que podía parecer que era más fácil enfermar sin estudios, pero en verdad decía que hay mucha menos gente con estudios en ese país. Quiero decir, partimos de la idea de que los datos nos acercan a la verdad, pero eso, como mucho es posible en determinados niveles.

La rendición de cuentas

4. Hasta qué punto la acción de los gobiernos es responsable de qué cosas

Si tenemos problemas de medir y de contextualizar lo que pasa ¿Cómo podemos saber cómo lo hacen los gobiernos? Y lo que es aún más complejo ¿Cómo podemos saber el papel de los gobiernos en un fenómeno global e incontrolable? Esta cuestión afecta de manera directa a la gestión de la rendición de cuentas en el sistema. Hemos encontrado países que haciendo más o menos lo mismo a lo largo del tiempo han pasado de ser un ejemplo a ser una catástrofe. Gobiernos regionales que han criticado la acción central que se han visto desbordados en circunstancias aún menos complejas que los primeros.

La rendición de cuentas tiene sentido pleno cuando tenemos elementos de medición y un entorno lo bastante delimitado como para asociar causas con consecuencias. En este caso, ni tenemos una medición sencilla ni tenemos causas ni consecuencias claras. De hecho, basta darse un paseo por la red y encontrar: federalistas que creen que ha faltado descentralización, centralistas que creen que era deseable más control directo, directivos públicos que creen que ha faltado dirección pública, responsables políticos que creen que ha faltado discrecionalidad política.

Lo más interesante de todo es que estamos hablando de un fenómeno disruptivo en el que aún estamos aprendiendo cosas (por ejemplo, qué potencia tienen como vectores de contagio los niños) y eso no nos impide llegar a conclusiones. Concluimos sin tener toda la información: la definición exacta de un sesgo que suele caer de lado de nuestras creencias. La diferencia es que abrazamos el sesgo y nos entregamos a él plenamente.

5. Walter Cummings y la no proporcionalidad

Y es que, en realidad, da la sensación de que lo que pasa importa menos de lo que queremos que pase. Por ejemplo, Walter Cummings, asesor de Boris Johnson se hizo famoso a nivel mundial gracias a la película Brexit: una guerra incivil, en la que le encarnaba Benedict Cumberbatch. En verdad lo que le hizo famoso fue usar datos personales robados (u obtenidos de manera poco honesta) por Cambrige Analitica para mentir de manera muy eficaz en el referendum del Brexit. Esto es, se ha hecho famoso por mentir de manera científica y esto le ha supuesto ser jefe de gabinete del primer ministro británico sin despeinarse (metafóricamente, gasta un pelo como el mío).

La cosa es que la única amenaza que ha tenido de su continuidad viene por saltarse la cuarentena. No digo que no esté mal, digo que la proporcionalidad es absurda. Sabemos que esta persona mintió de manera decisiva en un evento que afectará a la geopolítica mundiar durante siglos. Sin embargo, lo que provoca que su puesto esté en riesgo es algo censurable pero anecdótico, porque afecta emocionalmente a sus electores.

6. La necesidad de trazar espacios de colaboración política y fair play.

Un tema que me ha permitido vivir esta crisis en dos países y medio (entre España y Canada y mirando de reojo Francia) es ver la diferencia de la cultura política entre ellos. Mientras que en España la cosa ha ido en una escalada de tensión política con sus intervalos de paz y en Francia la cosa ha estado más controlada, en Canada, ha habido un «acuerdo tácito» de apoyo al gobierno bastante sólido. De hecho, el seguimiento parlamentario ha estado suspendido varios meses. A esto ha ayudado que el gobierno tampoco se ha dedicado a hacer guerra con la campaña y ha colaborado, salvo algun choque, con los gobiernos provinciales. Se ha dejado mano al gobierno para un control a posterior aunque, eso sí, hay quien hubiera agradecido una especie da gabinete paralelo multipartidista.

La capacidad de no convertir una situación en una pelea en el barro es algo que corresponde al conjunto social y político. Priorizar la supervivencia a la rendición de cuentas (a corto plazo, cuando encima la información es incompleta) es algo que vale la pena, pero que depende de todas las personas.

La transparencia en un mundo global

7. La política de seguridad

Mucho ha dado que hablar la no publicación de los datos de compra de materiales sanitarios en situación de emergencia. En términos generales existe un riesgo de abusos y prácticas, por lo que es lógico el malestar. Sin embargo, si contextualizamos, pensemos que 24 horas después de que se anunciara el precio del primer tratamiento del COVID19, EEUU compró toda la producción para tres meses. Hay países que se han visto desprovistos de materiales porque terceros han contraofertado (o requisado) a sus proveedores. Hay países pobres que están empezando a desarrollar sus programas de vacunas porque temen que en un mercado global no serán competitivos.

En una situación de sobredemanda de un recurso escaso para la supervivencia y un mercado asimétrico (y la economía mundial lo es) la confidencialidad entre proveedores y compradores es un mecanismo de defensa vital. Tanto como el suministro de wolframio en la II Guerra Mundial (quien haya visto Gilda lo entenderá). Desde luego que hay que ser transparente, pero creo que, en este caso, el control podría y debería esperar a que se cierre la situación de emergencia, porque literalmente cuesta material vital y pérdida de vidas.

8. Anthony Fauci vs Fox News.

Otro elemento crítico es el de la publicación o no de los nombres del comité de expertos sobre la desescalada, que debe ser obligatorio por la ley de Transparencia. En términos generales, esto suena lógico y razonable y así debe ser. La cuestión es si podemos contar con los mejores expertos si están expuestos a… bueno lo que pasa si buscáis Doctor Fauci o Fernando Simón en twitter

Lamentablemente, el riesgo de linchamiento social es un elemento disuasorio para la captación de talento en puestos públicos. ¿Aceptarías un puesto a riesgo de que, si las cosas salen mal, tengas a la mitad de tuiter cis**ndose en tus muertos o hablando de tus familiares, vacaciones, casa, etc. ? Yo realmente me lo pensaría y, en según que casos, diría que no, pero no os preocupéis, que ni hago nada vital ni creo que lo haga de manera que ningún gobierno me pregunte nada.

Hace unos 150 años se creía que la mejor manera de proteger la dignidad de la mujer es que fuera invisible (recomiendo mucho escuchar el podcast The Last Archive sobre este tema) y parece que esa es la opción para muchos gobiernos para proteger a sus expertos.Tenemos que buscar una manera de que las personas den la cara y respondan sin que eso sea una amenaza a su dignidad (sea cual sea el signo político). Sin embargo, para eso dependemos de tener datos fiables, comparables, conocimiento y una perspectiva analítica que, como estamos viendo, no tenemos en la actualidad.

9. ¿Cuántos portales de transparencia hacen falta para convencer a Miguel Bosé?

Y es que por mucha transparencia que haya (y tenemos bastante, quizá demasiada para lo que puede soportar un trabajo tan lento y sometido a errores como la ciencia, y si no que se lo digan a la OMS y las mascarillas) hay gente que cree que este virus es un ingenio genético que servirá de pretexto para inyectarnos una vacuna con nanobots que se activen con el 5G para poder convertirnos en esclavos de George Soros y Bill Gates.

Realmente creo ( y es una creencia) que la gran mayoría de la gente hace caso a la información oficial. Sin embargo, creo que el problema de desestabilización política viene por el porcentaje que desconfía sistemáticamente de ella y tiene un impacto medático (tradicional y digital) enorme. Basta con mirar el número de entradas en google de antivacunas o terraplanistas. En la era digital el impacto de un movimiento social no depende del tamaño ni de la razón, sino de la logística de generar más comentarios y engagement.

A esa gente (terraplanistas, antivacunas, Miguel Bosé) no va a haber portal de transparencia que les convenza de que no hay microchips activados por el 5G. Sin embargo estamos volcando toda la confianza del gobierno abierto en que esto sea así, y los presidentes de los dos países más afectados por el virus en la actualidad, están en esta línea (incluso cuando sus administraciones indican lo contrario) y no importa.

10. La participación ciudadana.

Porque a fin de cuentas, hemos considerado que si sabemos lo que pasa, nos cuenta el gobierno lo que hace, y podemos comprobarlo, podremos tomar decisiones. Esto es una serie enorme de pasos subordinados: demasiados sies para una conclusión. Incluso si fuera así, cosa que parece que no: ¿hasta qué punto o en qué espacios la participación ciudadana debe anteponerse?

Vamos a un caso claro: la gran mayoría de los estados más azotados por el COVID19 en EEUU posiblemente habrían votado la reapertura que les ha llevado al repunte actual. Uno de los elementos participativos más importantes de EEUU (el portal de propuestas ciudadanas We The People, lanzó la liebre de abrir una comisión parlamentaria contra Bill Gates contra sus planes eugenésicos con 650000 firmas, mientras que EEUU anda por los 130000 muertos.) Una vez dado este caso ¿Qué hacemos? ¿Les responsabilizamos por tomar una decisión de la que no podían medir las consecuencias? ¿por qué centrar la decisión en reabrir y no en una renta mínima universal?

Quiero decir, consideramos democráticamente que cualquier decisión mayoritaria es buena, sin tener en cuenta la complejidad que supone. O mejor dicho, era algo más o menos estable, hasta que hemos abierto un necesario debate sobre el aumento de participación. La cuestión es, quizá, no considerar tanto toda participación como posible y necesaria, sino fijar las condiciones que nos ayuden a decidir cuándo y sobre qué participar.

La asunción equivocada del gobierno abierto.

Hemos construido el gobierno abierto sobre 2 premisas básicas: la racionalidad de la gente y la búsqueda del bien común. Estas dos condiciones no parecen ser todo lo universales como para trabajar de la manera que lo hacemos. La gente no está siendo racional . Tomar posición sobre un tema complejo y por descubrir de manera muy alineada con sus preferencias políticas es una muestra evidente de ello. El concepto bien común en una sociedad tan fraccionada como esta se antoja complicado ¿Es el bien común sobrevivir, o mantener una economía a flote? ¿Es una mejor decisión si la toma la mayoría?

El gobierno abierto como enfermedad autoinmune.

Partía el artículo con una analogía: una enfermedad autoinmune hace que las defensas del cuerpo no sólo no funcionen, sino que ataquen al propio sistema. Tengo claro que el Gobierno Abierto no parece haber respondido a cuestiones de esta pandemia como las que hemos señalado. Hay más confusión, desconfianza y crispación donde la había antes y, además, no ha sido capaz de frenar la visibilidad de colectivos que afectan directamente al sistema político democrático. Queda por ver, porque aún es pronto, si determinadas políticas pueden tener algún impacto en la gestión directa de la crisis. Por ejemplo, habr que ver si hay diferencia de precios o suministros entre países que han publicado todas sus compras y los que no.

Con esto no quiero decir que esté en contra del gobierno abierto, sino que tenemos que replantearlo. Es decir, el sistema inmunológico es necesario, sin el estamos bien fastidiados. Si lo apagamos, nos arriesgamos de morir no de un covid, sino de un catarro o un rasguño. La cuestión es encontrar el equilibrio entre qué cuándo y cómo debemos articular la relación entre ciudadanía e instituciones. Hacer un gobierno abierto sustentado sobre la racionalidad y la moderación del debate donde no existen no sólo no garantiza esa consolidación democrática. Al contrario, abre la puerta a abusos extremos del sistema por lo que Popper (el filósofo, no el fármaco) llamaba los enemigos de la sociedad abierta.

No digo que el camino sea fácil, pero lo más difícil está hecho. Sabemos que hay que reconfigurar la democracia y sabemos que hay espacios muy complicados de gestionar. Es necesario, quizá, antes de lanzarnos a lo vistoso (portales, herramientas, plataformas o consultas) crear un modelo institucional común, un sistema linfático que sea más fiable que lo que tenemos ahora, porque si no, ni salud, ni prevención, ni democracia.

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