Explorando soluciones para una Administración Pública (más) inteligente

El post de esta semana lo trae Antxon Gallego, que es todo un artesano y currela de la participación ciudadana en primera línea sin perder un ápice de rigor intelectual y académico

¿Cómo gestionar el presente preparando el futuro?

En estos tiempos que nos ha tocado vivir, las administraciones se encuentran sujetas a unos estándares de calidad en su gestión cada vez más exigentes y rigurosos.

Cuadro de El Juramento del Juego de Pelota.
Gente buscando soluciones sobre la participación inteligente. Fuente

El discurso que propugna los modelos de gestión pública que conciben a la ciudadanía como una simple clienta de la administración perceptora de sus servicios convive con otras voces que postulan una creciente demanda de una mayor implicación de la ciudadanía en el ciclo de las políticas públicas no solo como receptora sino también como codecisora o incluso como coproductora de servicios.

No voy a cuestionar las potenciales bondades de ambos modelos de gestión ni voy a rebatir (por obvias) sus evidentes limitaciones.  Parafraseando a Aristóteles, soy de los que piensa que en el término medio (más o menos) puede estar la virtud.

La diferencia no está solo entre “vamos a ver si funciona” y “vamos a hacer que funcione”.

Invertir en gobernanza supone trabajar en la construcción de una nueva forma de gobernar en la que la colaboración de la ciudadanía es uno de sus elementos nucleares.

La diferencia no está solo entre “vamos a ver si funciona” y “vamos a hacer que funcione” una nueva forma de gobernar. El auténtico quid de la cuestión está en las diferencias que existen en el “qué podemos hacer” para que dicha integración funcione. Y aquí es donde surgen las diferencias de criterios.

Tanto las Administraciones Públicas como la sociedad civil organizada tienen pendientes algunas asignaturas ante este escenario emergente. Adelanto aquí algunas de las más evidentes:

  • La administración pública experimenta modelos de gobernanza que, si bien innovan y modifican sus sistemas de relación con la ciudadanía incorporando a agentes externos a la organización en los procesos de adopción de decisiones, no están dotados de los recursos humanos y económicos suficientes para gestionar el riesgo y la incertidumbre inherentes a todo proceso de innovación.
  • La sociedad civil organizada y la ciudadanía a título individual más activos que ejercen de interlocutores de la Administración no pueden arrogarse la representatividad de toda la ciudadanía a la que dicen representar (no es lo mismo ser “representativo” que ser “representante”), ni eximirse de la corresponsabilidad que exigen a la Administración en el ejercicio de sus funciones.

Ante la incertidumbre, mayores dosis de inteligencia.

En la cultura política contemporánea se ha instalado un cierto lugar común que interpreta el concepto de profundización democrática como más participación directa y un cuestionamiento de la representatividad. De la crisis política que estamos atravesando no se sale con más participación ciudadana pero tampoco con menos, sino mejorando la interacción entre ambos niveles de la construcción democrática.

En estos tiempos de incertidumbre, necesitamos mayores dosis de inteligencia (emocional y colectiva). Podemos prescindir de personas inteligentes pero no de sistemas inteligentes de gestión y gobierno. Sistemas de gobierno con capacidad de aprendizaje y de innovación, de adaptarse al cambio y a las condiciones existentes en cada momento y que vayan modificándose respecto a las que sirvieron para su creación.

Esforcémonos en proporcionar una capacidad efectiva de controlar, pero no contribuyamos a debilitar la política cuestionando su naturaleza representativa. Recuperando una reflexión del filósofo Daniel Innerarity, incorporemos en la gestión pública “tanta delegación como sea inevitable y tanto control como sea posible”.

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