El VAR como ejemplo de disrupción tecnológica.

Estamos en plena efervescencia futbolística. El mundial de fútbol se convierte en LA cita deportiva del momento para casi todo el planeta menos EEUU. Este año uno de los temas clave es la aparición del Arbitraje Asistido por Video (cuyas siglas son VAR). Así, en las acciones más polémicas, el árbitro hace un gesto rectangular como una tele y otro árbitro con un monitor y ayudas informáticas decide si la acción es válida o no. Realmente en las dos primera semanas de competición ha tenido impactos visibles. Penaltis pitados, goles validados como el de Aspas o anulados como el de Irán, han incidido en el resultado de la competición. Sin embargo, lo que nos interesa aquí es como el VAR muestra una dinámica de asimilación de una disrupción tecnológica. Aquí lo explicamos.

Football team, North Division High School, ten players standing in a line on an athletic field, 1905. Photograph by the Chicago Daily News.
Equipo de futbol esperando que el árbitro decida si ha sido gol o no. Fuente.

Disrupción en las normas. La lentitud en asimilar el VAR: romper el status quo.

Lo primero que hay que decir es que una tecnología disruptiva es aquella que cambia la manera de hacer las cosas de manera sustancial. Sin embargo, en mi opinión, lo realmente sustancial es que rompe el balance de poder consolidado en un ecosistema. Es decir, si, por ejemplo, el alojamiento en ciudades dependía de los hoteles y las licencias públicas, Air BnB ha roto esa situación de poder. Ojo, esto no significa que la nueva situación sea mejor o peor.  Siempre habrá un poder (quien decide y quién puede actuar libremente) y no necesariamente más justo.

¿Qué ha pasado con el VAR? Pues que ha llegado muy tarde al futbol. Otros deportes han usado la tecnología disponible para resolver situaciones polémicas. Desde los videos en baloncesto para ver las canastas sobre la bocina, al hojo de halcón en tennis. Sin embargo el fútbol ha empezado a asimilarlo hace nada. ¿Por qué?

Resistencias instrumentales: la naturaleza del juego.

Pues bien, tenemos, hasta la fecha, dos tipos de escuelas. La primera que es más instrumental y que habla de la continuidad del partido. El futbol es un deporte que hace todo continuado. El tiempo no se para y si acaso se descuenta. En ese escenario, parar 3 ó 4 minutos un partido para ver si un atacante estaba o no en fuera de juego rompe esa dinámica.

El equivalente podría ser que el documento electrónico (o la firma electrónica) pierden la fiabilidad que da el papel o la firma manuscrita.

Resistencias ontológicas: el error forma parte del espectáculo.

La segunda cuestión es más «ontológica» y habla del margen de error humano del fútbol. Es decir, se asocia el error del árbitro (subsable) por una especie de filosofía «romántica» del juego. Estas explicaciones las hemos visto, especialmente, entre jugadores y responsables de los equipos de arriba que, estadísticamente, se ven beneficiados de los daños colaterales del romanticismo.

En este caso no puedo evitar pensar en determinadas figuras de la Administración que mantienen funciones o tareas porque, bueno, porque si. No digo nombres por no meterme en líos.

En todo caso, estamos hablando de dos enfoques en el que, por motivos instrumentales o filosóficos, se prefiere cometer un error a un acierto cuando este está al alcance de la mano. Sin embargo, lo lógico es pensar que si podemos hacer un futbol más justo, ¿por qué preferimos uno injusto?

Disrupción en las organizaciones. La generación de un nuevo entorno de juego.

El segundo punto disruptivo es el cambio de entorno. Es decir, en la era preVAR nos encontramos con prácticas y técnicas para, directamente, sacar provecho de la humanidad del árbitro. Por ejemplo, tirarse al tocar el área (tampoco digo nombrer por no liarme), o protestar airadamente para influir en decisiones posteriores para generar una «compensación».

Pues bien, en este caso, tenemos un cambio de escenario. Puede que esto no sea de inmediato (por ejemplo, hay algún futbolista ya sancionado por su flojera a la hora de pisar el área). También hemos visto protestas al árbitro, pero, según sus protagonistas, de lo más peregrino. Por ejemplo, los jugadores de Marruecos decían protestar al árbitro tras el gol de Aspas porque en «su anterior partido no se aplicó el VAR igual». Evidentemente, el árbitro diría que eso se lo dijeran a su homólogo del partido anterior.

La tecnología ha cambiado prácticas que conforman el juego. Las escritas (que afectan a los casos concretos, como cuándo se aplica el VAR) y las no escritas, que son las que llamamos «instituciones». Estas son las que constituyen el juego real. ¿Quién no se ha encontrado al pedir hoy en día una información pública que el empleado público hasta entonces propietario oficioso de ésta te dice que no?

Pues igual, pueden mantener prácticas que antes eran válidas, pero ahora ya no. Sin embargo, tendrán que ir eliminándolas por su inutilidad. Otra cosa es que, previsiblemente, se generen nuevas prácticas que aprovechen estos huecos. Por ejemplo, intentar provocar una consulta al VAR aunque sea para frenar un aluvión de juego contrario.

Disrupción en el entorno. La generación de nuevas emociones, sensaciones y relaciones.

No sé vosotros, pero yo, en los 2 ó 3 minutos entre el gol de Aspas y la validación del árbitro prácticamente doblé mis pulsaciones (y no soy muy de futbol). No puedo pensar qué le pasa a la gente que vive este deporte de verdad. Hemos encontrado nuevas emociones y relaciones con el juego. De momento, esperar 3 ó 4 minutos a ver si se acepta un gol que puede valer, por ejemplo, un mundial, puede generar una taquicardia nacional. Peor que una tanda de penalties. Por otro lado, las discusiones de fútbol ya no serán tanto de Villaratos o Florentinatos, o, al menos, no por si era o no penalti o gol.

La aparición de unas nuevas normas y nuevas dinámicas de juego afecta a la relación con el público. Saber lo que gastan las administraciones genera una nueva relación. Poder organizarte tus visitas al médico sin negociar horarios con la gente de recepción, cambia esa relación. Las emociones (y experiencias) de las personas son diferentes.

Disrupción en las personas de la organización. El agravio y la frustración.

Había una vez un sociólogo y geógrafo francés que estudió como la apertura de una mina rompió el lineamiento político en un territorio. Ese autor se llamaba André Sigfried. Los que hasta entonces fueron pobres y entraron a trabajar en la mina y a ganar dinero, se hicieron más conservadores. Los antiguos terratenientes, que vieron como perdían poder adquisitivo, odiaron la mina y escoraron a posiciones más «de izquierdas». Con el VAR y con la disrupción pasa lo mismo. Si hay un cambio de relaciones de poder y de normas del juego, quien tenía su posición segura se siente agraviado.

Esto no es muy diferente, en lapsos más cortos, a lo que ha pasado en el VAR. En el partido contra Marruecos varios futbolistas decían que el VAR era «una mierda», suponiendo que sería mejor el error. En el partido contra Irán, el seleccionador Carlos Queiroz, decía que de existir el VAR en 2010 españa no sería campeona del mundo.

Este tipo de comportamientos no los podemos asociar a la razón. Son personas que emocionalmente están frustradas porque no han logrado su objetivo. Estas personas tienen un elemento visible (la tecnología) al que echar la culpa de la cosa.  Evidentemente nadie dice «quiero algo más injusto», sino que hace sofismas a veces muy retorcidos.

Pulsaciones en el momento VAR del España-Marruecos.

Pues eso lo vemos en la tecnología y en la Administración. ¿Quién no quiere menos papel o plazos más cortos o más transparencia? Nade va a decir que esto no debería ser así. Sin embargo, el cambio de escenario genera frustración y eso lleva a una autoexclusión del cambio. Este aspecto es crítico para hacer organizaciones más adaptadas a la tecnología.

Los límites de la disrupción: lo que no arregla el VAR.

Sin embargo, también hay que ser honestos con el alcance de la tecnología. El VAR arregla algunas cosas y otras no. Cuestiones sobre la fuerza con la que se realiza el contacto de un penalti o la voluntariedad de una mano recaen, al menos todavía, en la interpretación del árbitro.

Esto no significa que el VAR sea malo, simplemente que, como cualquier otra tecnología tiene sus limitaciones y debe ser valorada en su conjunto. No podemos esperar que una tecnología arregle problemas de gestión relacionados con la implicación del personal, o la capacidad de valoración de los responsables públicos. Podemos ayudar mucho a que esa valoración se haga sobre elementos más fiables, y con mayor conocimiento da causa, pero de ahí a que la decisión no sea humana hay un trecho. No olvidemos que es Arbitraje asistido no informatizado.

La disrupción y el tiempo. No es fácil dar marcha atrás.

En un último punto tenemos la influencia que tiene la disrupción en el tiempo. La aparición de la tecnología acaba haciendo, para bien o para mal, inevitable su aplicación. Es algo que podemos ver, por ejemplo, con las armas nucleares o con la geolocalización. Primero, desde que se empezaron a aplicar estas tecnologías a otros deportes, el rechazo del futbol al mismo se convierte en un anacronismo, primero muy ténue, pero luego muy acentuado. Si el otros deportes tienen soluciones más justas, por qué no el fútbol y la banca permite hacer transacciones on line, ¿por qué no la administración? Si puedo comprar un billete de avión a la patagonia en pijama ¿por qué tengo que ir a hacer cola para apuntar a mis hijos a las colonias de verano?

Sin embargo, más interesante es que la disrupción tiene una difícil marcha atrás. ¿Podemos plantear que se diga, «este mundial hemos evitado que gane alguien por un gol que no es legal, pero para la próxima copa del Rey volvemos a lo de siempre?» realmente, no creo que esto sea muy posible. Pues esto es lo mismo: habrá nuevas normas, relaciones, sensaciones, frustraciones y limitaciones, pero estas han venido para quedarse. Esta es la razón por la que hay que tratar de hacerlo bien para que las nuevas normas sean mejores, la gente tenga mejores relaciones y los frustrados sean cada vez menos.

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