Cuando abrir el gobierno toca techo: el valle misterioso del gobierno abierto

Hay una teoría que como practicante de diseño (no diría que soy diseñador, que no, aunque a veces haga diseños) y amante de la ciencia ficción adoro: el valle misterioso. Este principio del profesor de robótica Masahori Mori dice que las personas sienten aceptación (lo que en inglés se llama estética positiva) a los robots conforme aumentan su parecido al ser humano, hasta un punto en que el parecido da repelús. A partir de ese punto (el valle) se requiere una progresión muy alta en el parecido hasta llegar a un nivel similar de aceptación. En términos de ciencia ficción, R2D2 y C3PO son adorables, pero Robocop da bastante grimilla. Solo cuando llegamos a niveles de aceptaciòn similares cuando un androide muy parecido a nosotros muestra, además otros elementos como la empatía o la memoria (como pasa con Roy Battie al final de Blade Runner). Pues bien, creo que en el gobierno abierto pasa un poco igual. Hay un punto hasta el que la aceptación crece y luego genera cierta aversión: entonces hay que plantear otro tipo de avances. Hablemos del valle misterioso del gobierno abierto.

Cuadro de Pigmalion besando a Galatea
Pigmalion muy pasado de rosca en el Valle misterioso. Fuente

El valle miesterioso del gobierno abierto.

Vamos a decir que el gobierno abierto suele tener una etapa de aceptación más o menos sencilla. En principio, los valores de mayor democracia, claridad, rendición de cuentas y control tienen una gran aceptación por parte del público. Esto es algo más o menos común y generalizado: prácticamente toda la ciudadanía le parece bien que sepamos más de lo que hacen los poderes públicos, de si cumplen lo que prometen, de que respondan de lo que hacen y de que nos pregunten.

Sin embargo, conforme la apertura del gobierno se va definiendo y va acarreando aspectos colaterales, la aceptación es menos unánime. Hay un momento en el que nos parce que si nos preguntean todo es demasiado. En el que, si lo cuentan todo, es que nos cuentan lo que quieren. El momento en que parece que si los datos están, quizá no sean fiables, o afecten a la privacidad de las personas.

En gran parte, esto podría explicar por qué el gobierno abierto no parece haber dado con la clave para consolidar la democracia como comenté aquí.

¿Por qué puede surgir el valle misterioso del gobierno abierto?

Este valle tiene un problema, y es que va contra los valores democráticos que se supone que debemos apoyar. ¿Cómo va a molestarnos que nos pregunten, o que nos cuenten lo que hacen los responsables públicos? Evidentemente, no hay una respuesta abierta en contra de esto, dado que, como decimos, son valores, pero probablemente hay razones que hacen que aparezcan estéticas negativas:

  • El gobierno nos cuenta lo que quiere, no me fio y me quiere manipular.
  • Es su trabajo. La más lógica es que la toma de decisiones públicas es cosa de los responsables públicos y para eso se les vota. Preguntar demasiado es quitarse el marrón de encima.
  • El diablo conocido. El modelo democrático tiene sus fallos y sus limitaciones y los conocemos. Sin embargo, el gobierno abierto genera incertidumbres importantes acerca del equilibrio de poderes. ¿Qué puede suponer un modelo abierto ante la presión de la opinión pública o de movimientos organizados?
  • Es un tiempo que no quiero o puedo invertir. ¿Quién tiene tiempo para mirar portales de transparencia, datos, participación y rendición de cuentas? ¿Por qué tendrían que hacerlo?
  • Falta de elementos de juicio. Es decir, no sé muy bien qué hacer o cómo entender el contenido del gobierno abierto.
  • Tensión ante la decisión y su impacto. ¿Cómo puedo tomar una decisión sin entender todas las implicaciones por muy claro que esté el portal de datos? ¿No tienen las políticas impactos imprevistos? ¿Por qué tengo que decidir?

Posiblemente haya otros, pero estos son los que se me ocurren de momento.

Las diferentes velocidades del valle.

Como decímos, el valle parte de una sensación «estética», es decir, las emociones que nos provoca su percepción. Esto es importante, porque hablamos de elementos subjetivos, pero que están basados en valores, expectativas e intereses políticos de los individuos. Es por ello que, posiblemente, la entrada en el valle esté relacionada con posicionamientos ideológicos. Por ejemplo, las personas con una visión liberal con poco estado posiblemente entren antes en el valle que las personas con una ideología socialdemócrata. Todo ello añadido a la contaminación que puede generar el liderazgo político en este tipo de iniciativas: como es un portal hecho por el partido que no me gusta, posiblemente esté mal o mienta.

Es decir, asumamos que si hay un valle misterioso del gobierno abierto, este tiene ritmos variables de entrada y que este se puede acelerar (o frenar) por el posicionamiento político.

El esquema representa el valle misterioso del gobierno abierto: como en término general empieza habiendo una aceptación y, conforme se avanza hacia en nuevas medidas, se empiezan a generar fuentes de rechazo hasta un punto de inflexión ideal en el que vuelve a recuperarse aceptación y confianza
Representación del valle misterioso del gobierno abierto. Elaboración propia a partir de Masahiro Mori

El otro lado del valle misterioso del gobierno abierto.

Sin embargo, debemos asumir que, potencialmente, todo proyecto de gobierno abierto evoluciona y esa evolución hace que el número de personas que entran en ese valle crezca. No es una maldición, simplemente es lógico: cuanto más definimos un servicio o producto, más nos afianzamos a un público, pero más tipos de públicos se alejan. Pasa como con la comida picante, a los que le gustan, la adoran, pero cuanto más picante es, menos personas la toman.

El problema está en que, cómo hemos visto, el problema del valle no es que haya menos opciones, sino más. Cuanto más gobierno hacemos, más posible es que la gente vea una de estas razones para rechazarlo. Si esto es cierto (y mi conjetura es que es así), abrir más el gobierno es una política contraproducente. Como salir de un hoyo cavando hacia abajo. Esto daría sentido a que muchos gobiernos muy implicados en estas iniciativas han tenido resultados electorales adversos y ha crecido la gente radicalmente contraria. No hablo solo de España y muchos municipios, sino también de EEUU o Reino Unido por poner ejemplos.

Volvemos, entonces, al ejemplo de los robots: lo que humaniza a Roy Batti no es que se parezca a nosotros, pero mejorado (eso asusta), sino que al final de su vida siente pena de lo que deja atrás. La respuesta, si queremos hacer un gobierno abierto durable y comprensivo, es encontrar ese alma, esa empatía en el que la ciudadanía entienda que esas objeciones son un coste asumible para lo que aporta. No es fácil, pero no creo que haya otra alternativa.

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